La tarea para el lunes, chicos, es que hagan un trabajo práctico sobre un gato. Cualquier gato. Los que tienen uno de mascota, escriben sobre ese. Los que no, escriban sobre el gato de un pariente, de un vecino, el gato de un negocio. Siempre hay un gato en una verdulería. O en una tienda de mascotas. O en alguna veterinaria. Todos conocemos a alguien que tiene un gato. No quiero que vengan el lunes y me digan «seño, no escribí nada», «seño, me olvidé» o alguna cosa parecida. Son veinte renglones que les pido, nada más. Veinte renglones en los que me tienen que contar sobre el gato que eligieron. Y no vale decir que no tienen uno y que no conocen a nadie que tenga porque todo el mundo tiene. Todo el mundo. Y si por esas casualidades no conocen a nadie que tenga un gato, no hay ninguno en el barrio, no hay negocio ni familiar ni nada, se lo inventan. ¿Está claro? Se inventan el gato y todo lo que tenga que ver con él. Pero ojo, que no quiero una lista ni una planilla con información, como si fuera un trámite burocrático. Tiene que estar bien contado. Prolijo, sin faltas de ortografía. Y los que tengan que inventarlo, no quiero que se note. Que parezca real. Aunque lo estén inventando, aunque de la imaginación, no tiene que estar reñido con la realidad, ¿me explico? Tiene que parecer verídico. Me tienen que contar de quién es, dónde lo encontró, qué nombre le puso. La personalidad. Eso es muy importante. La personalidad del gato. Porque hay algunos que son muy traviesos y juguetones, y hay otros que son muy tímidos, que huyen de la gente, que no se dejan ver ni tocar. Puede que haya alguno que sea un poco reacio y le sisee al que quiera acariciarlo, pero por lo general son tiernos y amorosos y disfrutan de los mimos. Todo eso me tienen que contar. Cómo fue que lo adoptaron y por qué. ¿Hubo alguna discusión? ¿Alguien se opuso? ¿O estuvieron todos de acuerdo? No se olviden de los demás detalles, porque no todos los gatos son iguales ni les gustan las mismas cosas. Quiero saber de qué color es, cómo tiene el pelaje, si es atigrado o tiene manchas o algunas formas características. Cuál es su parte favorita de la casa. Qué le gusta comer. Cómo es de grande. Si es alto, si es largo, si livianito. Hay algunos que comen solamente pollo o carne vacuna porque les hace mal el alimento balanceado. Con qué juega. ¿Tiene juguetes diseñados para entretenerse? ¿Algún centro recreativo con rascadores y plataformas para que suba mire todo desde las alturas? ¿O es más bien de jugar con tapitas de gaseosas, con bichitos, con pelotas de papel? También me pueden contar si el gato no quiere a alguien de la casa. O al revés, si algún integrante de la familia no quiere al gato. Porque suele pasar. Suele pasar que uno quiera un gato, que haya soñado toda la vida con tener uno y que el padre le diga que no, y no importa cuánto se ruegue ni cuánto se llore. Hay padres que se resisten a todo. Padres que parecen no tener corazón. Y que no les importa si apareció un gatito abandonado en una tarde de tormenta, y está acurrucado contra la pared de la casa, intentando esconderse, tratando de sobrevivir sin agua ni comida, empapado, esperando el milagro de que alguien lo rescate, pero cuando ese alguien lo rescata, se encuentra con un padre que dice que no. Dice que no, y no hay forma de hacerlo cambiar, y la amenaza es que saque a ese gato enseguida o lo hace él y el único arreglo posible es entregarlo en un refugio de animales para que no quede solo, desamparado, esperando la muerte en vereda, y entonces ustedes se dan cuenta de que lo odian. A su padre. Lo odian con todas sus fuerzas. Lo odian porque no pueden entender semejante crueldad, tanta falta de corazón, tan poca empatía con un animalito. Y la excusa no puede ser que prefiere a los perros. No se conformen con eso, chicos. No es válido. Es una mentira. Porque el perro puede ser más compañero, más fiel, más servil; pero demanda mucho más que un gato. Demanda más esfuerzos. Más gastos, incluso, porque un gato come la mitad que un perro. No ¿dije la mitad? La décima parte de lo que come un labrador negro. Y el gato no hace desastres. El gato no se lleva por delante el cable del televisor y lo despedaza contra el piso. No señor. No se mastica las zapatillas nuevas. No se come las patas de las sillas, como en un acto de locura. La mejor parte es que ese padre que prefiere a los perros y prohíbe a los gatos, se tiene que morder la lengua antes de decir nada, porque fue su culpa. Su pura y exclusiva culpa. Porque si hubiese preferido a ese pobre gatito naranja que rechazó como si fuese un enviado del infierno, no se habría gastado un dineral al reponer los destrozos, ni habría tenido que pagar una cirugía porque el perro se comió la funda de una almohada y se le quedó atascada en el estómago. También, si quieren, pueden inventarle una voz al gato. Contar las cosas desde su punto de vista. Cómo se sienten en esa casa donde viven, por qué hacen lo que hacen y qué juguetes les gustaría tener. Cómo se llevan con otros animales. ¿Sabían ustedes que hay gatos que se hacen amigos de perros? Incluso de algunos pájaros o de ratones. Ese es otro pretexto que pueden llegar a escuchar. Que un gato no porque se va a comer al loro. Ustedes, chicas, algún día van a tener un marido que les va a decir pavadas así de absurdas. No, porque soy alérgico. No, porque el loro. Y cuando ustedes piensen que por fin salieron de una casa en la que sus padres no las dejaban tener un gato, se van a dar cuenta de que ahora tiene un marido que se va a oponer, que se va a aferrar a cualquier explicación, por más ridícula que sea, para negarles el derecho de tener un gato. Sí, es un derecho. Tener un gato es un derecho. Hay responsabilidades. Claro que hay responsabilidades. Eso también lo tienen que incluir en la tarea. Quién le pone el alimento, quién se preocupa por el agua, quién limpia la caja de piedras. Eso es muy importante, chicos. No es sólo tenerlo y que se arregle como pueda, como si fuera magia. Hay que atenderlo. Hay que prestarle atención. Estar atento a cualquier signo de malestar para llevarlo cuanto antes al veterinario. Y ese compromiso es de ustedes, si es que pidieron tenerlo. Porque es fácil pedirlo y después dejarlo a la buena de dios. Eso no se hace, mucho menos con un gato. Un gato no pide nada. No exige. Es independiente, pero es nuestra obligación velar por su salud y por su seguridad. Eso es algo que sabemos todos los que queremos tener uno. Es algo que sabemos y que tenemos interiorizado de una manera tan férrea, tan profunda, que no hace falta ni explicarlo. Por eso no podemos aceptar que nos digan que no. Porque un gato no es una mascota. Es parte de la familia. Un gato es una elección para siempre. Es un vínculo sano, una relación estrecha y encarnizada que dura para toda la vida. Esto solamente lo desconoce el que no quiere a los gatos. Y nos tenemos que preguntar por qué. ¿Qué hace que alguien no los quiera? ¿De dónde nace ese rechazo sin sentido? ¿Qué trastorno psicológico, que patología en el cerebro hay que tener para querer mantenerse lejos de los gatos? Pueden incluir una explicación en el trabajo práctico, chicos, como si fuese un ensayo. Piensen, imaginen, deduzcan los motivos por los que alguien puede comportarse de esa manera. Y no se dejen avasallar. No cometan el error de no defender sus posturas. Los gatos son un derecho. No hay padre ni marido que se pueda oponer, que les pueda cercenar el deseo de adoptar un gato, de criarlo, de darle amor. Y no me vengan con las explicaciones superficiales de que arañan los muebles, rompen las cortinas o que no tienen con quién dejarlo cuando se van de vacaciones, porque es inaceptable. Inaceptable, chicos. No quiero leer ni una sola, pero ni una sola frase de ese estilo porque los desapruebo. ¿Está claro? Lo mismo para el que diga que les tiene miedo. Que les tiene miedo a sus garras y a sus dientes porque una vez un gato, hace mucho, mordió a un primo o a un hermano o un no sé qué. ¿Se entiende lo que digo? ¿O estoy hablando en otro idioma? Y quiero fotos. Quiero fotos de sus gatos durmiendo, jugando, sentados al sol, comiendo arriba de la mesa, directamente del plato de alguno que le dejó un pedazo de carne. Y no me vengan con que los gatos no pueden dormir en la cama porque la llenan de pelos, o que no se pueden subir a la mesa porque queda mal, porque queda feo, porque no corresponde, porque se van a llevar un uno así de grande, ¿me escucharon? Un uno así, gigante, y no me importa que vengan sus padres a protestar. Pueden venir con el presidente de la nación o con quién se les ocurra, pero no se metan con los gatos. Si yo quiero, si yo de verdad quiero y me comprometo, está dentro de mis facultades ir y adoptar un gato. Me importa tres rábanos lo que digan los padres y los maridos y las alergias y las piedritas usadas y los muebles arañados, porque yo también tengo derecho, caramba. Tengo derecho y al que no le gusta que agarre sus cosas y se vaya, y me dejan en paz, me dejan tranquila con mi gato. Con el gato que no pude tener y no entiendo cómo fui tan estúpida de hacerles caso, y ahora les pegaría una patada, los echaría a la calle si me dijeran lo mismo, y no tengo por qué tolerar nada ni a nadie, y me tienen podrida. ¿Me escucharon? Podrida me tienen. Y no traigan nada. No hagan ninguna tarea. No quiero leer ninguna historia, porque me van a venir con un cuento chino de razones absurdas que no voy a tolerar. Se van. Guarden los cuadernos y las carpetas y se van al patio, se van al recreo y todos tienen un aplazo por no estar cuidando a sus gatos o peleando por tener uno, porque es un derecho, y los derechos se defienden con la valentía y con el coraje que yo no tuve, con la determinación moral que todo ser humano necesita para saberse íntegro y decente. No como hice yo, que agaché la cabeza, en vez de luchar por lo que me correspondía. Y si alguno de ustedes quiere levantar la nota, tiene tiempo hasta mañana para traerme un gato. Un gato tricolor, que seguramente sea nena, dulce, compañera, una gata marmolada, hermosa, a la que le vamos a proponer el nombre entre todos, pero al final se lo voy a elegir yo y le voy a poner Pinturita. Una gata preferentemente cachorra, toda peluda, pero no importa si es grande. No importa, porque todos se merecen vivir en una casa, dormir en una cama y tener un plato de comida. Le guste a quien le guste, sea un padre o un marido. Aunque, incluso, haya que firmar una demanda de divorcio. O comprar un arma y planificar un homicidio. Contratar a un abogado. Pensar una estrategia. Inventar una coartada. Inventarla de punta a punta, que parezca creíble, que no esté reñida con la realidad, que cubra todos y cada uno de los detalles para quedar libre y seguir dando clases como si no hubiese pasado nada. Y volver a casa, acariciar el gato y abrazarlo para dormir la siesta.